Miércoles, 16 de agosto de 2017

Mensajes semanales
MENSAJE EXTRAORDINARIO DE SAN JOSÉ, TRANSMITIDO EN EL CENTRO MARIANO DE FIGUEIRA, MINAS GERAIS, BRASIL, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Sexto día de la novena.

Cuando fui llamado para ir a Belén con María Santísima, estando Ella tan frágil y próxima a dar a luz al Niño, Me vi delante de otra prueba de fe. Yo sabía que las profecías estaban comenzando a cumplirse y que el Hijo de Dios vendría al mundo tal como estaba en las Sagradas Escrituras, pero Mi mente y Mi corazón eran probados y asediados a cada instante, de esa misión. Tuve que soportar internamente todos los desalientos del enemigo de Dios y mantener la fe, por encima de su falsa fuerza.

El viaje fue largo y, a pesar de que la Virgen María fue ayudada por los ángeles y los arcángeles, Ella estaba cansada, pues también tenía que sustentar los asedios del enemigo. El Hijo de Dios estaba por llegar y tanto la Luz como las tinieblas tenían sus ojos puestos sobre nosotros.

Llegando a Belén, quise buscar el mejor lugar para el Niño y Su Santa Madre, pero todo lo que recibimos fueron humillaciones y sucesivos desprecios. Oramos a Dios para que Nos guiara, hasta que fuimos conducidos hacia las grutas de Belén. Después de tantas pruebas, comprendí que Dios no nos había abandonado con Su Hijo, sino que Él no tenía, en Su Divino Pensamiento, Mi idea humana sobre lo que era mejor para el Niño. El Padre quería que Su Hijo, desde el principio, demostrara al mundo Su Humildad. Y fue entre los pobres y entre los más humildes y serviciales de los animales, que el Hijo del Hombre vino a nacer.

A veces, hijos, necesitamos ser probados, humillados y hasta despreciados, para purificar nuestra voluntad humana y descubrir que Dios no nos abandonó, sino que Él nos esperaba en el recinto interior, en donde nuestro corazón puede vivir la humildad. Por eso, cuando se sientan perdidos, probados, humillados y solitarios, oren al Padre en Mi Nombre y con Mi intercesión, Yo los ayudaré a encontrar el lugar de la humildad interior, en donde Dios los aguarda:
 

Señor,
       como a San José Castísimo,
       pruébame, para que mi fe se fortalezca;
       purifícame, para que yo abandone al viejo hombre;
       y enséñame a dejarme ser humillado,
       para que yo descubra que, en la humildad, Tú me esperas
       para revelarme Tu Corazón.

Amén.

Tu Padre y Amigo,

San José Castísimo