Viernes, 20 de octubre de 2023

Mensajes semanales
MENSAJE SEMANAL DE SAN JOSÉ TRANSMITIDO EN EL CENTRO MARIANO DEL NIÑO REY, RIO DE JANEIRO, BRASIL, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Relato del Mensaje:

Cuando San José llegó aquí, al Centro Mariano, apareció detrás de la imagen que está aquí, en el altar, y atrás de Él aparecieron siete abismos, como siete infiernos, y dentro de esos infiernos había diferentes grupos de almas agonizando, con las manos hacia arriba como si se estuvieran desintegrando, quemando. Y entonces, Él comenzó a orar:


Adonai,
Misericordia, Misericordia, Misericordia.
Redención, Redención, Redención,
para este planeta.


Y nosotros fuimos orando junto con Él hasta que paró de orar y comenzó a mostrarnos que entre esas almas algunas eran seres que estaban encarnados y otras eran seres que no estaban encarnados, que ya habían desencarnado, pero que las almas estaban dentro de esos infiernos.

Él nos mostraba cómo ellas gritaban todo el tiempo pidiendo ayuda, pero su grito se disolvía. Entonces, nos mostraba a todos nosotros, seres viviendo en las ciudades e incluso en las Comunidades, y que ese grito pasaba y nadie lo oía, nadie escuchaba ese pedido de auxilio que resonaba así.

Entonces, Él comenzó a hablar:  


Escuchen, hijos, el clamor de las almas que agonizan. No dejen que ese clamor se disipe en el viento, ante la indiferencia humana.

Escuchen el pedido de auxilio de los que sufren y permitan que sus consciencias dejen de lado por un instante las propias necesidades, deseos y aspiraciones, los propios dolores y angustias, dudas e indagaciones internas para que, aunque sea por un momento, su verbo sea dirigido sinceramente por las almas que agonizan.

Clamen por Misericordia, adéntrense con el corazón en los abismos profundos, donde las almas están en la oscuridad y en el vacío de no sentirse amparadas por nadie.

Dejen que su oración se dirija a Dios, en nombre de los que sufren y están olvidados, en nombre de los que padecen y están solitarios con su dolor, en nombre de los que están heridos en el cuerpo, en la mente, en el alma y en el espíritu, y su dolor trasciende todos los límites que jamás pensarían soportar.

Escuchen, hijos, hay un clamor resonando en el mundo, pero el ruido de los hombres y mujeres de la Tierra no les permite escuchar. Por eso, silencien sus corazones ante Dios y, a los Pies de su Creador, oren de corazón.


Hermana Lucía de Jesús:

San José hizo la siguiente oración:


Señor, vengo a Tu encuentro,
rendido a Tus Pies,
a clamar por las almas:
almas que agonizan en los abismos del mundo;
almas que agonizan en sus abismos internos;
almas que gritan y no son escuchadas
ni siquiera por sus propios seres.

Señor, vengo a Tu encuentro,
de rodillas a Tus Pies,
a clamar por las almas:
almas que, solitarias, padecen dolores
que trascienden todos los límites del cuerpo,
de la mente y del corazón;
almas que se apagaron
por no conseguir encontrar la luz,
la esperanza o el auxilio.

Señor, vengo a Tu encuentro
y, postrado a Tus Pies,
clamo por las almas:
almas que viven en las guerras;
almas que viven guerras consigo mismas;
almas que están ciegas por el sufrimiento
y que caminan por el mundo sin saber a dónde irán a llegar.

Señor, vengo a Tu encuentro
a clamar por las almas:
almas que un día emergieron de Tu Corazón,
de Tu Fuente, de Tu Amor,
para renovar y multiplicar ese Amor entre las dimensiones.

Haz que las almas retornen a Tu Corazón.

Toca su interior con Tu Misericordia,
lávalas con el Agua que brota del Corazón de Tu Hijo,
con la Fuente de la Compasión y del Perdón
que Tú manifestaste en el mundo
a través de Cristo Jesús.

Señor, oro por las almas:
almas que guardan en sí la perfección de sus esencias,
el misterio de su propósito,
la Gracia de vivir el don de la Vida.

Te pido que las almas del mundo
descubran y se plenifiquen en el don de vivir,
para que la vida no sea para ellas motivo de dolor,
sino de Amor, de Amor Divino, de Amor Espiritual.

Señor, vengo a Tu encuentro
y clamo por las almas.

Pon Tus Ojos sobre Tus Hijos
y devuélveles la paz.

Amén.


Así, oren Conmigo, hijos, por las almas que están perdidas, porque aún hay tiempo para reencontrar a Dios.

Tienen Mi bendición para esto.

Su padre y amigo,

San José Castísimo


Hermana Lucía de Jesús:

Cuando terminó el Mensaje, San José pidió que trajéramos la Comunión y fue consagrándola con nosotros.

Aún continuaba mostrándonos esos abismos abiertos atrás de Él y, a medida que iba consagrando la Eucaristía, por encima de esos abismos iban apareciendo las imágenes de las Santa Cena y, superpuestas a las imágenes de la Santa Cena, aparecían imágenes de la Pasión de Cristo.

Mientras Cristo repartía el Pan, aparecían imágenes de la Cruz, y mientras Él ofrecía el Vino, aparecían imágenes de Su Sangre siendo derramada hasta la última gota, de la lanza traspasando Su Cuerpo y saliendo Sangre y Agua.

Todas esas imágenes se derramaban como códigos de Luz sobre esas almas que estaban dentro de esos abismos y, por eso, San José nos pedía que ofreciéramos esa Comunión por las almas; porque, cuando los códigos de la Eucaristía tocaban las almas, ellas comenzaban a respirar y algunas de ellas comenzaban a salir de los abismos, y recibían esa posibilidad de salir por la oración y por la oferta de la Comunión.

San José nos pidió que siguiéramos orando por las almas, que cada uno de nosotros le dedique un momento, a pesar de lo que vive, de las crisis, de las pruebas, de las dudas; que nosotros nos acordemos de orar por las almas, nos acordemos de esas almas que están en agonía y que, en algún momento de nuestro día, nos acordemos de hacer esa oferta por las almas.