Domingo, 19 de junio de 2016

APARICIÓN DE SAN JOSÉ EN EL CENTRO MARIANO DEL ESPÍRITU SANTO, CÓRDOBA, ARGENTINA, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Encuentros con el Castísimo Corazón de San José


Si, en este día, Yo les hablara de la rendición de sus almas, de la gran necesidad de rendición del corazón humano, e ignorara la necesidad de los Reinos de la Naturaleza, tal vez Yo no estaría cumpliendo la Voluntad de Dios.

Si en este día, hijos, Yo dejara de lado la consciencia planetaria para amparar sus corazones humanos, en sus pruebas y purificaciones, para traerles un aliento de esperanza, Mi Misión en este lugar estaría incompleta.

Quisiera, sí, con todo Mi Amor, colocarlos en Mis brazos y pedir la intercesión del Padre para sus pequeñas almas.

Quisiera disolver en sus corazones lo que les impide encontrar a Dios, rendirse a Él, decirle sí, a pesar de cualquier dificultad, a pesar de cualquier ilusión sobre sí mismos.

Pero hoy debo mostrarles algo un poco más amplio. Hoy, debo llevar sus consciencias a la Consciencia de Dios de una forma diferente, porque no solo el corazón humano tiene grandes necesidades, también la consciencia de los Reinos de la Naturaleza, en este lugar, así como en todo el planeta, necesita de sus oraciones.

Hijos Míos, los traigo aquí para que contemplen las montañas, para que las reverencien y les agradezcan por sostener a la Tierra, por transmutar y transformar toda la carga psíquica, emocional y mental que el ser humano genera y que, si permaneciera en la Tierra, terminaría con ella en un solo día.

Por medio de estas montañas les revelo un misterio: la consciencia viva de los Reinos de la Naturaleza. Una consciencia que siente, que ama, que observa, que trata de comprender la evolución de la humanidad para, así, vivir la propia evolución.

Ante ustedes, contemplan un lindo valle; dentro de él, sin embargo, habita un gran dolor: el dolor de la consciencia indígena, el dolor de los Reinos de la Naturaleza, no solo de este lugar, sino de muchos otros espacios del planeta. Dentro de este valle habita un gran dolor: el dolor del Corazón de Dios porque la humanidad no despierta, por la ignorancia y por el egoísmo que aún viven en el corazón humano.

Dentro de este gran valle también habita una esperanza, la esperanza de que ustedes, que están despertando, puedan comulgar con la Naturaleza, no solo para usufructuar su presencia en la Tierra, sino para colaborar conscientemente con su misión. No es solo la humanidad, hijos, la que debe crecer y evolucionar en este mundo; cada criatura que vive debe evolucionar. Y cuando hablo de vida, hablo de una vida que ustedes no comprenden, porque muchos no creen que una montaña tenga vida, que los minerales tengan vida, que los elementos tengan vida. En esta Tierra, todo lo que pueden ver, que evoluciona, que crece y que se transforma, tiene vida. También muchas cosas invisibles tienen vida.

Hoy, delante de este valle, les revelo también una vida que, a pesar de no estar más en este mundo, sigue padeciendo su experiencia en él. La consciencia indígena, que en estos campos habitaba, necesita del auxilio del corazón humano. Y muchos se preguntan: ¿Cómo ayudarlos? Comprendiéndolos, aprendiendo con ellos de la unidad con la Naturaleza, de la simplicidad, de la vida fraterna, comunitaria, la vida sin competiciones, la vida en colaboración mutua.

Hoy, Yo les pido, hijos, que vayan en auxilio de sus hermanos de los pueblos originarios que aún viven en esta Tierra y que están sufriendo la degradación de la pureza de su origen. Porque, así como hizo con toda la pureza de los corazones, la densidad de este mundo está haciendo desaparecer aquel don divino que el Creador entregó a los pueblos originarios: el espíritu del servicio, de la Caridad Crística, que va mucho más allá de un acto de caridad, como lo conocen.

La Caridad Crística está colmada de un Amor Divino; es una caridad que dona sin esperar resultados, sin esperar la transformación del prójimo, sin esperar agradecimiento. Dona por la simple necesidad de amar y eso es lo que le cuesta mucho al corazón humano. Por eso, hasta hoy, esos pueblos que hace tantos siglos pasaron por la Tierra aún padecen el mismo dolor; porque para libertarlos, hijos, es necesario un amor único, verdadero y puro.

Hoy los traje aquí porque quería depositar este amor en sus corazones y despertarlos para que puedan vivirlo en lo que aún les queda de esta experiencia en la Tierra. Aunque para muchos no reste mucho tiempo, aunque sea en el último instante de la vida, si experimentan el amor verdadero, ese amor abrirá las dimensiones y transformará el destino de este universo en el que viven.

Hoy les pediré que oren Conmigo para perdonar y disolver la ignorancia de los corazones que, en este instante, no piden perdón a Dios.

Hijos, si ante la necesidad del mundo reconocen cuán pequeña es su dificultad; si ante el sufrimiento del mundo reconocen cuán pequeño es su sufrimiento y le piden perdón a Dios, en este día, Yo les concederé la gracia del perdón. Por la potestad que Dios Me dio y por la intercesión alcanzada por Mi Castísimo Corazón, abriré una puerta hacia la Consciencia Divina y depositaré, en los corazones de los que tienen fe y de los que la quieren tener, la gracia del perdón. Y de esa manera Yo los ayudaré, no solo a dar sus pasos, sino a ayudar a esta Tierra, tan herida y desamparada en el vasto universo.

Digo que este mundo está desamparado, no porque el Creador lo desamparó, sino porque, para recibir una Gracia de Dios, deben abrirle la puerta, como Yo lo haré ahora. Yo abriré esta puerta porque me dicen sí y porque Mi Corazón también fue humano y, de alguna forma, aún pertenece a este mundo.

Para recibir el perdón, pidan perdón.

Pidan perdón por la ignorancia humana.

Pidan perdón por no poder abrir sus corazones, por resistirse a la Voluntad de Dios.

Pidan perdón por no saber amar ni comprender al prójimo.

Pidan perdón por dejar de lado un sufrimiento milenario que, muchas veces, está escondido bajo el suelo que pisan.

Pidan perdón por ignorar a los Reinos de la Naturaleza; por sólo usufructuar de ellos.

Pidan perdón por haber perdido tantas veces la oportunidad de perdonar.

Pidan perdón, como humanidad, por no vivir el Proyecto divino y preferir la imperfección humana que elegir la Perfección de Dios.

Pidan perdón por aún generar tantos conflictos dentro y fuera de ustedes; por no comprender la grandeza de estos tiempos y perderse tantas veces en cosas tan pequeñas.

Pidan perdón por el pasado, aquel que conocen y aquel que no conocen; el pasado de este mundo y aquel que no perteneció a él, pero que trajo consecuencias para la vida en la Tierra.

Yo no los perdonaré solo por Mi potestad. Yo los perdonaré porque estoy imitando a Aquel que perdonó primero y que depositó la esencia del perdón en la Tierra. Yo los perdonaré como Mi Hijo, porque Él los perdona todos los días, pero no siempre saben valorar este perdón.

Yo los perdonaré en nombre de Aquel que entregó Su Cuerpo y Su Sangre y renovaré Su Entrega, demostrando a la humanidad que ella es eterna y que, por Sus méritos, más de dos mil años después, nuestros corazones siguen perdonando. Con este acto, los invito a realizar una entrega verdadera y también a perdonar.

Canten la música que cantaron al principio; pero, esta vez, canten con mayor verdad y reciban la cura y el perdón que, junto a Mi Hijo, depositaré en esta Eucaristía y a través de ella recibirán esta Gracia.

Después de haber recibido la expiación de Mi Hijo, por Su Infinita Misericordia, no guarden esta expiación solo para ustedes. Ofrezcan, durante la comunión con Su Cuerpo y con Su Sangre, la Gracia del perdón por los más necesitados, por los Reinos, por los pueblos originarios, por sus hermanos y compañeros que están en este camino intentando perseverar.

En unión al Corazón de Mi Hijo y al Sacratísimo Corazón de Dios Padre y por la intercesión de Su Divina Sierva, Yo los perdono y les pido que, por lo menos, se esfuercen todos los días para no cometer errores. Esfuércense todos los días para recordar la grandeza de la vida y de los Planes de Dios y la pequeñez de la propia alma.

Acuérdense todos los días de que la Gracia de Dios es infinita y que el Creador solo espera que le abran los brazos para venir en su auxilio y despertar el Amor de Su Hijo, Cristo, en sus corazones.

Por la señal de la Cruz, cargada por el Hijo de Dios, Yo losbendigo.

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Yo les agradezco,

San José Castísimo