APARICIÓN DE SAN JOSÉ EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, PAYSANDÚ, URUGUAY, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Encuentros con el Castísimo Corazón de San José

Hay dos cosas en este mundo sin las cuales la existencia humana no tendría sentido: el amor y la unidad.

Hijos:

Muchos creen que todos los días vengo al mundo para decirles las mismas cosas. En verdad, vengo a decirles aquello que nunca aprendieron. Vengo para enseñarles a ser verdaderos hijos de Dios. Vengo para enseñarles a todos a que salgan de la ilusión del mundo y que reconozcan la verdad del Universo. Vengo para que, de una forma simple, humilde y, a veces, hasta práctica, puedan aprender a expresar aquella verdad que está escondida en sus esencias.

La humanidad, hijos Míos, todavía no conoce casi nada sobre sí misma. Ignora su origen, su pasado y, sobre todo, lo que ella misma es; ignora, incluso, lo que es la ilusión que ella genera en el mundo, lo que esa ilusión causa en la vida humana, en la vida de los Reinos, en la consciencia del planeta.

Muchas veces, hijos, la consciencia humana no tiene acceso a la pureza de su propio interior; pero sí accede a aquellos espacios de la consciencia que están plenos de miserias, de energías que necesitan ser purificadas y transformadas por la potencia de la Misericordia Divina. Y muchos se preguntan por qué no pueden encontrar dentro de sí mismos la pureza y por qué siempre tienden a manifestar las miserias, el lodo del mundo interior. Porque vinieron al mundo para transformar ese lodo de la consciencia. Entonces, él necesita estar delante de sus ojos, para que puedan verlo, reconocerlo, y así, transformarlo. Pero los hombres se identificaron con ese lodo, se aferraron a él y nuevamente impregnaron sus consciencias con el ansia del poder, de la envidia, la competición, la falta de amor y de fraternidad.

Para encontrar su esencia deben buscarla. Es mucho más fácil, en estos tiempos, dejarse llevar por las miserias e ilusiones de su consciencia, porque para encontrar la esencia deben traspasar esas capas de ilusión con el esfuerzo, la persistencia y la perseverancia y, a veces, esto les causa dolor.

Para romper sus barreras, deben ser fuertes, valientes de espíritu, aunque mansos de corazón. La valentía del espíritu en nada se asemeja a la valentía que creen conocer. Muchos creen que ser valiente es imponer su personalidad, las propias ideas y energías; pero en verdad, valiente, hijos, es aquel que vive la humildad, aquel que coloca su cabeza en el suelo, que pide perdón, auxilio y misericordia.

Valiente es aquel que, delante de las miserias del prójimo, no juzga, reconoce su imperfección y ama.

Valiente es aquel que, cuando es juzgado, pide perdón al Padre por la falta de amor y de comprensión en la consciencia humana; pero no se siente herido, porque no está libre de juzgar ni tampoco comprende todas las cosas.

Valiente de espíritu es aquel que ama el Plan de Dios por encima de la propia vida y lo ama no solamente en sí mismo, ama la manifestación de ese Plan en cada criatura, en cada esencia; sabe que el Creador necesita de cada corazón, de cada alma.

Sabe que no solo en sí mismo se encuentra la Esencia divina, sino en cada ser, en cada corazón.

Valiente es aquel que entrega la propia espada para vivir el amor; aquel que imita el ejemplo de Cristo, que vive Su Evangelio y que, cuando recibe un golpe en un lado de su cara, ofrece el otro, el otro lado. Y no lo hace por orgullo, no lo hace porque se crea mejor que los demás. Así lo hace porque comprende que, en ese momento, aquel que le da ese golpe está distante de Dios y necesita de un ejemplo de mansedumbre para despertar y salir de la ignorancia en la cual se encuentra; porque la humanidad es impredecible y, a diario, la venda se coloca en los ojos de sus hermanos e, incluso, en los propios ojos. Solo el ejemplo del amor, de la unidad, es lo que retira la ilusión que representa esa venda en los ojos humanos.

Cuando Mi Hijo cargó la Cruz y Yo ya no estaba en este mundo, observaba desde el Reino de los Cielos y oraba por la ignorancia de aquellos que no pudieron comprender Su sacrificio. Pero cuando fue crucificado, aquellos hombres que lo odiaban comprendieron Su Amor, porque, después de todo el martirio, Él pedía perdón a Su Padre, que estaba en los Cielos, por la ignorancia humana.

Ese ejemplo de perdón debe ser revivido todos los días por aquellos que creen en el sacrificio de Cristo, por aquellos que saben que el Creador lo abandonó en la Cruz para que, con toda Su humanidad, Él viviera el Amor y despertara en la consciencia humana el verdadero arquetipo divino, la semejanza con Dios, demostrando así a cada corazón, que Él no era el único Hijo del Creador, Él era el primogénito, el primero, Aquel que sería el ejemplo y la fuente del despertar de todos ustedes.

Hasta hoy, no comprendieron esta verdad y veneran al Hijo de Dios en el Cuerpo de Cristo como si Él fuera el único, eternamente. Esa incapacidad de comprender el Plan de Dios es lo que hace que Nuestro Señor reviva Su Pasión día a día, y la humanidad solo clama por Su Misericordia, mas no comprende que también los que están en la Tierra deben ser la misericordia viva.

No clamen por la Misericordia de Cristo para resolver los problemas de su día a día, para alcanzar un poco de paz. Clamen por Misericordia, por algo más profundo, para que Él transforme la consciencia humana, la retire de la ignorancia y para que puedan vivir el arquetipo divino para la humanidad.

Clamen por la Misericordia de Cristo para que este mundo salga de la ilusión, reconozca la vida universal, comulgue con toda la existencia; comience por el amor a los Reinos, reconociendo que no solo la humanidad debe evolucionar, sino todo lo que es vida debe llegar a Dios.

Clamen por Misericordia para que la humanidad comprenda la evolución universal, las diferentes formas de expresarse del Creador.

Hoy, quiero renovar, hijos, su postura delante de la oración, porque está llegando el tiempo en que un nuevo mundo debe surgir.

Los portales a la nueva vida se abrirán delante de los ojos humanos y, si ustedes no pidieran a Dios la gracia de reconocer la vida superior, temerán ingresar en esos portales y perderán la oportunidad de ingresar en la vida universal y reencontrar la Consciencia de Cristo, que ya no es la Consciencia de Jesús, está más allá de Jesús. Él es el Cristo Cósmico, el Cristo Solar, parte de la Mente, del Corazón de la Creación Divina; parte viva de la Fuente de la cual surgieron todas las cosas.

Para comprender lo que Cristo es hoy, deben comprender lo que son ustedes, porque si ustedes siempre se ven como criaturas materiales y no consiguen retirar la consciencia de su día a día común, ¿cómo comprenderán que, al descender de la Cruz, Cristo resucitó y, al subir a los Cielos, Su Ascensión nunca tuvo fin?

Escuchen Mis palabras y dejen que ellas resuenen en sus consciencias, que las despierten, al menos, para el interés de esta búsqueda espiritual, de esta transformación verdadera, porque el conocimiento ya existe en sus consciencias. Muchos son como bibliotecas vivas, llenos de información, pero carentes de experiencia, de vivencia, de ejemplo, de unidad con Dios y con Su Verdad. Yo les digo esto, hijos, no para humillarlos ni criticarlos. Les digo esto porque el tiempo de este mundo ya se confunde con el tiempo del Universo. Las horas ya no son contadas por los relojes de sus casas.

Aquellos que observan el curso de la vida y los acontecimientos planetarios pueden comprender lo que les digo. Cada vez más, los ignorantes están hundiéndose en el abismo del caos. Cada día ese reinado se expande en la consciencia de los ciegos y de los que no comprenden y no conocen el amor.

Por eso, llegó la hora de que los discípulos de Cristo de todas la eras también profundicen en su misión; también sean completamente impregnados por la unidad con Dios, por la vivencia de Su Amor.

Hoy lo que les digo es con la intención de transformar la consciencia humana, porque ya se cumplirá un año que vengo al mundo todos los días, y muchos se conmueven con Mis palabras; sin embargo, pocos están siendo definitivamente transformados por ellas.

Para que Yo reciba el permiso de Dios de continuar viniendo al mundo y para que Mis Apariciones no terminen, algunos de ustedes deben vivir Mis palabras o, al menos, esforzarse cada día para eso.

El tiempo de los Mensajeros Divinos en el planeta depende de la respuesta del corazón humano, porque si generaran méritos para que una instrucción más profunda descienda a la Tierra, podemos seguir estando con ustedes. Pero si no viven ni tratan de vivir lo que les decimos, si solo sienten paz en los instantes en que estamos con ustedes y en su día a día olvidan estos principios divinos, ¿cómo llegaremos ante Dios y clamaremos a Él para continuar con ustedes?

Hijos, la humanidad necesita de la ayuda y de la Guía divina; por eso, hoy les pido que se esfuercen de corazón para vivir el amor y la unidad entre ustedes y con cada corazón humano. Yo les pido que se esfuercen para orar no solo por ustedes mismos, sino por todo el planeta, cada día más. Sé que están aprendiendo a clamar por la humanidad, por la consciencia de los Reinos, y por eso les agradezco y retorno al mundo. Ahora, profundicen esa oración, ese despertar, y vivan cada instante en ofrenda por la consciencia del planeta en que están.

Con Mi Corazón expuesto delante de sus ojos, les hago el ofrecimiento de que eleven una petición al Padre. Que, por la unión concedida por Dios a Mi Castísimo Corazón, sus ofrendas lleguen a los altares celestiales, para que el Creador los escuche.

Sientan la Presencia de Dios, porque Sus Ojos están puestos sobre la humanidad, sobre los Reinos, sobre el planeta.

Sientan que Su Consciencia llega no solamente a sus hogares, a los Centros Marianos o a las Comunidades-Luz. Sientan, hijos, que a través de su ofrenda la Luz de Dios, Padre de toda la Creación, llega a cada consciencia, a toda la vida.

Y ofreciendo este momento de reparación por todas las guerras y conflictos del mundo, oren Conmigo:


Padre Celestial,
que a todos conduces,
acepta nuestra oferta de entrega a Ti,
guíanos por el camino del amor
para que Tu Voluntad sea hecha.
Amén.


Ahora, ofrezcan al Padre la Sangre de Su Hijo, derramada en las tierras de Oriente. Ofrezcan a Él el Cuerpo de Cristo. Pidan al Creador que este Cuerpo y esta Sangre, que un día divinizaron al planeta y les dieron la oportunidad de vivir la redención, ingresen en este momento en todos los sagrarios de la Tierra.

Que la Presencia Viva de Cristo pueda impregnar, hoy, el corazón de todos aquellos que buscan la paz independientemente de su religión, de su creencia o de su ignorancia; aunque esa búsqueda por la paz sea para sí mismo o para todo el planeta. Pidan al Creador que les conceda, como humanidad, la gracia de vivir la paz y de imitar a Su Hijo.

Que esa Gracia se manifieste en estos elementos, de los cuales comulgarán como consciencia humana y, así, comprenderán un gran misterio, el misterio de la unidad que el Creador concede a las almas, entre sí y con Él.

Oren como oraba Mi Hijo y escuchen Su Voz, que todavía tiene eco entre los valles. Pidan a Dios que este eco en el Oriente del planeta libere a las almas y las eleve al Reino de Dios.

Que estos elementos sinteticen, en el interior de cada uno de los que Me escuchan, todas las palabras que hoy les transmití y, más allá de ellas, todo aquello que, como principio divino, hoy Yo traje al mundo.

Por el Poder que Dios Me concedió, como Su siervo y mediador, Yo los bendigo, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Y les agradezco por perseverar y por unirse a Mi Casto Corazón. Sigan en paz y clamen por la paz todos los días de sus vidas.