- Inicio
- Blog
- Mensajes
- Oración por la Paz en las Naciones
- Calendario
- Oraciones
- Impulsos Diarios
- Libros publicados
- Pinturas e Imágenes
- Objetos Sagrados
- Música
- Galeria de fotos
- ¿Quiénes somos?
- Centros Marianos
- Campaña por la Paz
- Redes Sociales
- Contacto
Desde Su crucifixión y por la eternidad, del Corazón de Cristo brotan Sangre y Agua, goteando poco a poco sobre el mundo y sobre la Creación. Siempre que oran a Su Divina Misericordia, siempre que viven bajo esa Ley, siendo misericordiosos, esas gotas de Sangre y Agua tocan a las almas, lavan sus ojos para que puedan ver un nuevo camino y lavan su corazón para que puedan ser dignos de caminar sobre él.
En estos tiempos, hijos, necesitan aprender a contemplar y a amar las señales de su salvación, como lo son la Sangre y el Agua que brotan del Corazón de Cristo.
Para mantenerse con el corazón en equilibrio, creciendo en la vida espiritual con fundamentos verdaderos, no basta vivir de los propios esfuerzos y conocimientos o de toda la Gracia recibida, también necesitan experimentar la rendición y el amor que la contemplación del sacrificio de Cristo los conduce a vivir.
Hay un poder único en la Sangre de Cristo: el poder de restaurar, curar y redimir lo que es imposible. La Sangre de Cristo es la base de toda redención, es el sentido de la espiritualidad en este mundo, es el secreto para la santidad, la puerta para la rendición, la revelación de los misterios de Amor más profundos de toda la Creación. Y, para profundizar en este misterio, basta que clamen sinceramente por Misericordia, que contemplen espiritualmente la Cruz de Cristo, siempre alzada a los niveles internos de la consciencia humana y, reviviendo Su Pasión repetidas veces, reencuentren el sentido de sus vidas.
Contemplando la Sangre de Cristo encontrarán los Dones de Su Espíritu, la unidad de un Dios Trino que Se entrega por Amor a cada instante; revivirán la humildad de saberse pequeños ante un Amor inmenso y, al mismo tiempo, la Gracia de saberse llamados a imitarlo.
Oren por la Misericordia y vivan las bases de toda espiritualidad verdadera. En la Sangre de Cristo está la base de toda la vida religiosa. Oren unos por los otros, contemplando la Sangre de Cristo y, sobre todo, ríndanse a los pies de Su Cruz y comprenderán lo que les digo.
Tienen Mi bendición para esto.
San José Castísimo
Cuando llegue la hora de la Misericordia, que tu corazón esté pronto, así como el Corazón de tu Señor está pronto para verter Sangre y Agua sobre el mundo y en lo profundo de las almas más pecadoras, más perdidas y solitarias, más engañadas y distantes de la Verdad Divina.
Siente en tu interior la necesidad de superar los límites, el cansancio, los asedios o aun aquellos compromisos más importantes para ti, para que, por un instante, tu corazón contemple en el Cielo al Corazón herido del Señor, superándose a Sí mismo a lo largo de los siglos, reviviendo Su entrega, renovando Su Amor, y entonces, hijo, que más allá del Corazón de Cristo encuentres al Corazón del Padre Celestial, atento a cada sacrificio del Señor.
Que tus oraciones apunten a Cristo y, por los méritos de esa entrega que se perpetúa, clames por la humanidad, por los Reinos y por las almas más perdidas.
Si tan solo tu corazón contempla al Corazón de Cristo y lo ofrece a Dios con amor, el Señor recibe de Su Padre el permiso para verter Su Misericordia sobre el mundo.
Pero es necesario el sí de la humanidad. Es necesario que clamen y pidan, que oren y se rindan ante todas las Gracias que descienden del Cielo; así ellas ingresan profundamente en cada ser y lo transforman.
Tienen Mi bendición para esto.
San José Castísimo
Quédate a los pies de la Cruz del Redentor, para que comprendas en dónde comenzó a ser sellada la Alianza entre tu corazón y el Corazón de Cristo.
Quédate a los pies de la Cruz del Redentor, para que allí recuerdes Su llamado y sepas porqué hoy Él te vuelve a llamar en lo profundo de tu corazón.
Quédate a los pies de la Cruz del Redentor, en donde no hay honra, sino aquella escondida en Su Sangre; en donde no hay gloria, sino aquella que se guarda en el misterio de Su Sacrificio.
Y es así, hijo Mío, que a los pies de la Cruz comenzarás a comprender la Voluntad de Dios para ti. Él te quiere allí, siempre en adoración a Su Corazón, siempre unido a Su Sacrificio e imitando Sus pasos.
Él te quiere allí, en donde tú desapareces y Él resplandece, en donde la gloria del mundo se desvanece y da espacio a la Gloria de Dios; en donde las ansias por la honra se disuelven en la única necesidad de justificar Su Sangre con la renovación del amor en tu propia vida.
Quédate a los pies de la Cruz del Redentor, y todas tus preguntas serán respondidas. Sabrás que el miedo de la cruz es en verdad el miedo de entregarte con locura, de perder este mundo para ganar el Infinito, de dejar de ser uno para ser Todo.
Quédate a los pies de la Cruz del Redentor, porque ya llegó el tiempo de retomar, con plenitud, lo que Él comenzó en el Calvario.
Tienes Mi bendición para esto.
San José Castísimo
Si tu corazón está cansado interiormente, si tu mente está cansada de resistir, si tus cuerpos están cansados de sustentarse a sí mismos y a este mundo, hijo, llegó el momento de rendirte a Dios.
Si tu espíritu es tentado, si tu alma está en agonía, si la soledad se aproxima y, aun rodeado de amigos, es su silencio el que habla más alto en tu interior, hijo, es porque llegó el momento de rendirte a Dios.
La Pasión planetaria comienza con la tentación.
Antes de entregar todo por amor, tu Señor ya cargaba espiritualmente el peso del mundo y, venciendo a las tentaciones internas con la revelación de Su Fe inquebrantable, venció, entonces, a Sus resistencias más humanas al sudar Sangre y, en ella, al miedo de toda la humanidad de vivir la entrega y el sacrificio por un amor sin recompensas.
Una vez más te digo, hijo Mío, medita en la Cruz de tu Señor y crea un vínculo profundo con Él.
Porque cuando el Verbo Divino se silencie, cuando las estrellas se oculten en el cielo y hasta aun tu universo interior esté oscuro, como una noche sin luna, solo el poder de la memoria de la Pasión de Cristo es lo que inspirará a tu alma. Es tu unión profunda con Él y la meta de imitar Sus pasos lo que te permitirá seguir adelante.
Es tan poco lo que padeces, hijo Mío, pesar engrandecido por las tentaciones del mundo, los asedios de estos tiempos. Pero te digo que mucho mayor es el Amor y el Poder de Dios dentro de ti.
Arriésgate a descubrirlo; entrégate para vivirlo.
No permanezcas en el cansancio o en la agonía, sino bebe del Cáliz divino que parece ofrecerte dolor, pero que, en verdad, te ofrece el Amor infinito.
Tienes Mi bendición para esto.
San José Castísimo
Aquieta tu corazón para unirlo tanto al Universo como al Infinito. La vida superior comienza a revelarse dentro de ti.
Envía a lo más profundo de tu consciencia el Don del Perdón que proviene de la Consciencia Divina.
Medita en tu Señor en la Cruz y en todos los méritos que Él alcanzó para que vivas la redención, no solo de lo que fue cometido y vivido en este planeta, sino también, y sobre todo, mucho más allá de él, en la historia de tu evolución que desconoces.
Contempla la Sangre de Cristo y siente como esa misma Sangre, código redentor, permea tus células y átomos. Comulga con el perdón y la redención.
Que a partir de tus células, ese perdón ingrese en tu universo interior, en los registros más profundos de tu consciencia. Y allí, donde la vida universal se une a tu condición humana, deja que suceda el propósito de tu encarnación y experimenta la paz de sentirte perdonado.
Todos los días, el sacrificio de Cristo se renueva en cada Eucaristía, para que Sus códigos de perdón y de redención que Él alcanzó por ti en la Cruz, puedan llegar cada vez más profundo en tu ser.
Acompaña con tu corazón el establecimiento y la realización del perdón en todo tu ser. Llegó el tiempo de ser curado y no solo de purificar, sin fin, lo que está podrido en tu interior.
Tu perdón y redención deben ser conscientes. Es necesario saber y ver lo que debes perdonar, pero para eso, hijo, tu consciencia debe estar madura en el Amor de Cristo y en la certeza de todo lo que Él ya alcanzó por ti.
Ahora que tienes el lodo delante de tus ojos, contempla el Amor y el Perdón de Cristo y vive la química oculta de la redención y de la transfiguración de la consciencia.
Tus miserias, tocadas por la Misericordia de Dios, se transforman en la renovación de Su eterno Amor.
Tienes Mi bendición para vivir lo que te digo y alcanzar la paz.
San José Castísimo
Para que un alma retorne a Dios, ella debe recibir impulsos constantes que la inspiren y la conduzcan en su elevación, en su búsqueda del Corazón del Padre.
Encuentra estos impulsos, hijo, en la Palabra Viva de tu Creador, en Su Evangelio y en las incontables instrucciones que Él te entregó a través de Sus Mensajeros. Alimenta tu espíritu con aquello que te lleva a buscar más a Dios. Nutre tu consciencia con lo que proviene del Padre para que, así, recuerdes de dónde viniste y hacia dónde debes retornar.
Medita diariamente, con atención y paz en el corazón, sobre las Palabras de tu Señor para que ellas ingresen en lo profundo de tu condición humana y desde allí comiencen a transformarte.
Antes de todo, recuerda a tu Creador, recuerda el amor que Él tiene por ti y cómo espera tu regreso a Su morada.
Antes de todo, recuerda al Hijo de Dios, recuerda el amor que Él tiene por ti y que no solo se expresó en la Cruz, sino en todos los constantes sacrificios que Cristo realiza, ofreciéndose a Sí mismo como Cordero ante Dios para reparar las faltas humanas.
Recuerda al Santo Espíritu de Dios, habitando silencioso en todo lo que eres. Concédele un espacio para que Él se exprese. Silencia tu corazón para escucharlo. Deja que lo sagrado que habita en ti pueda ser, para el mundo, la expresión verdadera de tu ser.
Vive en Dios y emana paz. Vive en Dios y emana respeto, amor, comprensión, caridad. Deja que el Padre demuestre al mundo que, a través de ti, Él habita en Sus hijos.
Tu Padre y Amigo,
San José Castísimo
Contempla el Corazón Eucarístico de tu Señor y encuentra en Él el alivio de tu corazón y de tu consciencia.
Contempla, en la Eucaristía, la entrega constante del Hijo de Dios por ti. Sabe que no solo estás delante de un pedazo de pan, sino, hijo, de un sacrificio eterno que perduró más allá de la Cruz y que se renueva todos los días para que tu espíritu tenga siempre una nueva oportunidad de redención y de perdón.
La Eucaristía es el fruto de la Misericordia de Dios. En ella se guarda Su misterio universal, la llave para la renovación de Su Amor Divino, la llave para la superación constante, para el vacío de sí y para la plenitud en Dios, para que, a pesar de la soledad, del desaliento y de la agonía que vive aquel que carga la cruz de estos tiempos, el Amor siempre hable más alto, el perdón siempre este vivo y la Misericordia se renueve, constantemente, más allá de los errores y de los ultrajes humanos.
Hoy, hijo, contempla delante de ti el Corazón Eucarístico de tu Señor y renueva tu corazón, reconociendo en la Eucaristía el Amor de Dios.
Tu Creador te llama al sacrificio y a la entrega, a la renuncia, al vacío y, muchas veces, a la soledad; pero Él también vive esto por ti todos los días, en cada instante de tu existencia. Esta entrega se consuma en todos los altares consagrados a Dios, en todos los Sagrarios del mundo.
Por eso, cuando sientas el peso de la cruz de estos tiempos sobre tu corazón y sobre tu consciencia, quédate delante de la Eucaristía y agradece a tu Señor la Gracia que te concede de compartir con Él no solo Su Cruz, sino sobre todo, la revelación de Su Amor.
El Amor de Dios se está revelando en lo oculto de tu corazón y por más que a veces solo sientas desconsuelo y vacío, llegará el tiempo en el que el árbol del sacrificio dará sus frutos y ese será el Amor de Dios en ti. Entonces, ya no contemplarás la Eucaristía delante de tus ojos, sino que la encontrarás viva en tu corazón.
Tienes Mi bendición para eso.
Tu Padre y Amigo,
San José Castísimo
En los cuarenta días del desierto, tu Señor no solo fortaleció Su Espíritu y Su unión con el Padre sino que Él experimentó en Su Corazón, por primera vez, el sufrimiento del mundo entero y supo lo que era cargar la Cruz de los pecados de cada ser de esta Tierra.
Su silencio sustentaba Su mundo interior y lo elevaba más allá de los dolores humanos, para llegar al Corazón del Padre y saber que Su Amor iba más allá de cualquier sacrificio.
Hoy, hijo, eres invitado a ingresar en el desierto de tu corazón, para contemplar allí este planeta, para preparar tu mundo interior para lo que vendrá, para experimentar en ti mismo lo que es la transición de los tiempos y, sobre todo, para fortalecer tu unión con Dios, ingresando en Su Corazón y sabiendo que no hay nada en esta Tierra que pueda superar la necesidad de llegar al Padre. Su Amor justifica todas las cosas.
Todo esfuerzo, sacrificio y oferta hechos con el propio corazón son justificados por el Amor de Dios.
Toda humillación, vacío, desierto, soledad y silencio son justificados por el Amor de Dios.
Todo servicio, entrega incansable, renuncia y pruebas son justificados por el Amor de Dios.
En el Amor de Dios todo se disuelve y se pacifica, todo encuentra sentido y valor, porque en Él todo se puede renovar. Por eso ve, hijo, y busca ese Amor. Él será tu sustento, él justificará tu existencia, él dará sentido a tu vida sobre la Tierra.
Tu Padre y Amigo,
San José Castísimo
Asociación María
Fundada en diciembre de 2012, a pedido de la Virgen María, Asociación María, Madre de la Divina Concepción es una asociación religiosa, sin vínculos con ninguna religión institucionalizada, de carácter filosófico-espiritual, ecuménico, humanitario, benéfico, cultural, que ampara a todas las actividades indicadas a través de la instrucción transmitida por Cristo Jesús, la Virgen María y San José. Leer más