Miércoles, 13 de julio de 2016

Apariciones
APARICIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, PAYSANDÚ, URUGUAY, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Den gracias a Dios por la Presencia de Su Sierva y, todos los días, hijos Míos, agradezcan al Creador, porque en estos tiempos, cuando la humanidad esta más eludida y perdida de Dios, Él los congrega en este cenáculo de amor y de redención para que, a través de un servicio planetario, rediman los errores del pasado y renazcan a una nueva vida.

Den siempre gracias a Dios, porque Su Misericordia es infinita.

Hijos Míos, ante sus ojos, hoy les abro las puertas de la compasión, de la piedad y de la humildad para que vivan según esos tres principios, para que los manifiesten en sus vidas, en cada pequeña acción, porque de esta forma el Creador jamás se alejará de ustedes y, en cada instante, le estarán dando la oportunidad para que Sus Ángeles y Arcángeles los acompañen, guíen sus pasos y los conduzcan siempre.   

Si son compasivos, no juzgarán al prójimo. Si son piadosos, siempre buscaran la necesidad y la suplirán, atrayendo así a la Misericordia Divina hacia el mundo, y, si son humildes de corazón, permitirán que el Creador les muestre Su Reino, Su Grandeza, y viva dentro de ustedes como vivió en Su Hijo Primogénito.

La compasión fue el primer paso vivido por la humanidad para ingresar en la escuela de la cristificación, porque sin compasión, hijos amados, no existe el amor y no existe la unidad con Dios. Si son compasivos, no solo comprenderán al prójimo, sino que se comprenderán a sí mismos, comprenderán la condición humana y la elevarán.

El segundo paso para la vivencia de la cristificación es la piedad, la piedad verdadera, que los torna misericordiosos, la piedad que abraza a los más necesitados, que ampara a los débiles de corazón. 

La piedad alcanzada por Mi Corazón cuando abracé a Mi Hijo, bajado de la Cruz; esa piedad, hijos Míos, Yo la sentí por el estado en el que se encontraba Aquel  que había santificado cada partícula de Su Cuerpo. Y esa misma piedad, Yo también la sentí porque en el Cuerpo de Mi Hijo estaba impresa la ignorancia humana. Y Yo no lo juzgaba, pero emanaba la profunda  piedad de Mi Espíritu para que aquella Misericordia que brotaba de la Sangre y del Agua de Cristo se transformará en un manantial infinito para las almas y para el planeta. Hoy los invito a vivir en esa piedad.

También los invito a la humildad del corazón, humildad que también viví junto a Mi Hijo cuando lo acompañé, en silencio, mientras crecía y Yo aprendía con Él la unidad con Dios. Esa humildad Me hacía encontrar al Creador en aquel Niño tan pequeño.

Hoy, hijos, los invito a aprender con los niños, los invito a aprender con el Dios que habita en cada uno de ellos. También los invito a aprender, unos con  otros, así como Yo aprendía cada día con las santas mujeres de Jerusalén, con los discípulos y apóstoles de Cristo. Yo aprendía, hijos Míos, a observarlos crecer y dar los pasos rumbo a ese Amor que les enseñaba Mi Hijo.

De la misma forma, sigo aprendiendo con cada uno de ustedes, con cada corazón humano, aprendiendo a observar su transformación, su crecimiento como hijos de Dios. Aprendan, Mis amados, unos con otros, todos los días, porque de esa forma encontrarán la Sabiduría Divina que se manifiesta a los humildes de corazón.

Después de vivir la compasión, la piedad y la humildad, conocerán al verdadero Amor, Amor que hizo resurgir cada célula de Cristo, que lo hizo resucitar en Cuerpo, Alma y Divinidad, y que lo hizo retornar a cada uno de Sus apóstoles, dándole a cada uno de ellos aquello que necesitaba para cumplir el Plan de Dios, para comprender que Aquel que tuvieron a su lado era verdaderamente el Hijo del Altísimo, el Mesías. 

Aprendan de ese amor que perdona el pasado, aprendan de ese amor que dona lo mejor a aquellos que lo ultrajaron, porque lo más importante es el amor en sí, y no cuánto sufrieron para alcanzar ese amor. 

Si comienzan por la compasión, por la piedad y por la humildad, el amor les será un atributo alcanzable y no tendrán tantas dificultades para aprender a amar. 

Hijos, en este momento del planeta, están viviendo una gran batalla entre el caos, el mal y la manifestación del Plan Divino. Para muchos es una batalla sin reglas, en la cual todo está permitido.

Es por ese motivo que vengo a su encuentro todos los días y que, en los mínimos detalles, intento guiarlos para que no se pierdan por la confusión que hoy habita dentro y fuera de ustedes.

Solo les pediré que escuchen Mis Palabras y que intenten, todos los días, seguir lo que les digo.

Mientras más se esfuercen para vencerse a sí mismos, mayor será la Gracia que vendrá a su encuentro. Mientras más los soldados de Cristo y de Mi Inmaculado Corazón se esfuercen por extender ese ejército hacia los cuatro puntos del mundo, anunciando y proclamando la paz, más descenderá esa paz a la Tierra. El esfuerzo de unos pocos valdrá por el triunfo de Mi Corazón.

Muchos se preguntan, hijos, cómo afirmo que Mi triunfo está próximo si el mundo está en el estado en el que se encuentra y la oscuridad ya no se esconde de ningún corazón humano; cómo puedo afirmar que el triunfo de Mi Inmaculado Corazón está próximo si el caos y el mal parecen extender su reinado por los los cuatro puntos de la Tierra.

Yo afirmo eso, hijos Míos, porque conozco el potencial del amor en el corazón humano. Si por un instante, recordaran el milagro de la Vida de Cristo y todos los méritos alcanzados por Él en cada uno de Sus pasos, podrán comprender, hijos Míos, lo que quiero construir a través de cada uno de ustedes.

Quiero que sean como los apóstoles de Mi Hijo, aquellos que vencieron su grosera humanidad para vivir el amor. En aquel tiempo, para transformarlos completamente, Mi Hijo necesitó no solo hacer muchos milagros, sino también morir en la Cruz y resucitar.

Y, en este tiempo, Yo les pido algo más, algo más profundo, más espiritual. Yo les pediré que vivan esa transformación en Cristo, sin necesitar que Mi Hijo padezca nuevamente, que vivan esa transformación en Cristo por la potencia de Su Amor, por la potencia del Amor de Mi Inmaculado Corazón y del Castísimo Corazón de San José, que son enviados al mundo para transformar a la humanidad y llevarla a una unión más profunda con el Espíritu de Cristo. Y, de esa forma, unirlos a la Consciencia de Dios. 

Hoy, vengo hasta aquí, hijos Míos, para traerles una enseñanza espiritual y para demostrarle a la humanidad que el mayor milagro de estos tiempos es la transformación del corazón humano y la vivencia de un amor que abre la puerta de los universos, a pesar del estado en el que el planeta se encuentra. 

Yo digo que el triunfo de Mi Corazón está próximo porque, aun cuando el caos y el mal son tan grandes, Mis soldados perseveran y cada día aprenden a amar más, a vivir el sacrifico y la donación de sí para equilibrar lo que sucede en el mundo. Y será a través de cada ser despierto que Mi triunfo se dará. Será en sus ejemplos, hijos, que erguiré las columnas de Mi Reino y construiré la Nueva Tierra, semejante al Reino de Dios, aquí en este mundo.

Es por eso que siempre que vengo a su encuentro consagro a nuevos Hijos de María, porque ellos son el símbolo de que Mi Amor se expande sobre toda la Tierra. Cada vez que consagro un nuevo Hijo de María, los Ángeles se alegran en el Reino de los Cielos y el Creador es exaltado y alabado por el milagro que hace en Sus criaturas, redimiendo y curando nuevas almas, nuevos espíritus.

Que la consagración como Hijos de María represente un nuevo ciclo en la vida de cada uno de ustedes. Que, cada vez que un nuevo Hijo de María se consagre, aquellos que ya se consagraron se renueven y se alegren Conmigo, renovando también la certeza del triunfo de Mi Corazón. 

Hijos, que a partir de hoy sus vidas sean el testimonio de Mi Amor, sean el testimonio de que ese Amor transforma todo, y de que no es necesario sufrir y vivir el dolor para encontrar a Dios. Quiero que los Hijos de María representen para la humanidad la posibilidad de encontrar al Creador a través del amor y no del sufrimiento.

Anuncien al mundo, hijos Míos, que a través de la oración y de la unión con Mi Inmaculado Corazón todo es posible. La compasión, la piedad, la humildad y el amor se tornan posibles cuando están Conmigo y permanecen en Mi Corazón en cada instante. 

Que se aproximen, un poco más a Mí, los Hijos de María que se consagrarán hoy.

A estos, Mis hijos, les prometeré la paz en esta vida y después de ella. A estos, Mis hijos, los colocaré en Mis brazos como símbolo de Mi gratitud por su oferta de vida.

Sientan, Mis amados, que los abrazo, que los amparo y que, si aspiran a estar Conmigo, no los dejaré nunca. Yo Soy su Madre, hoy y siempre, la que los viene a buscar en este mundo y que los llevará a muchos otros. Yo Soy Aquella que les enseña a vivir sobre la Tierra y también Aquella que los guiará en el universo, porque toda la vida que se manifiesta en el cosmos, toda la Creación de Dios Me reconoce como Madre y como Señora.

Yo Soy Aquella que, con las manos en sus cabezas, los bendice y los consagra para que sean testimonios de una transformación verdadera, que testimonien al mundo el triunfo de la paz más allá de las dificultades, de las limitaciones humanas y espirituales. Que testimonien al mundo la perseverancia, la fortaleza que no encuentran en la Tierra, sino en Dios.

Testimonien a cada corazón humano que es posible encontrar al Creador mucho más allá de la mente. Él está más allá de los pensamientos humanos, está en lo profundo del corazón que ora, a veces silencioso, a veces alentador, pero Él siempre está allí.

Testimonien a la humanidad, hijos Míos, el milagro que es vivir el amor, el perdón y la reconciliación con Dios. Yo los ayudaré a ser ese milagro vivo.

Oren Conmigo, abriéndome las puertas de sus hogares y de sus corazones; así, Me darán permiso para estar con ustedes todos los días. 

Yo los bendigo y, abrazándolos, los consagro y los entrego al Padre, como méritos para la redención de la humanidad.

Les agradezco, Mis amados, por venir a Mi encuentro y por acompañar también Mi Presencia desde sus hogares.

Hoy, no solo bendigo este lugar, sino también a cada hogar de aquellos que Me escuchan, a cada Centro Mariano, a cada Monasterio, a cada Comunidad-Luz. Bendigo sus trabajos, sus grupos de oración, sus familias para que, de esa forma, hijos Míos, tengan una vida fecunda que manifieste principios divinos para redimir esta Tierra.

Les agradezco y les dejo la señal luminosa de la Cruz de Mi Hijo, para que aprendan a ser compasivos, piadosos, humildes, y así vivan el verdadero amor.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

No se olviden de cantar, porque en esta hora derramo Mis Gracias, y Mis Ángeles se alegran por escuchar al corazón humano. Que todos los santos y bienaventurados en el Reino de Dios y en este mundo escuchen su voz y reaviven la esperanza de ver nacer la nueva vida en cada corazón humano. Nuevamente, les agradezco.

Sigan en paz y en unión a Mi Inmaculado Corazón.

Coloquen las palmas de sus manos hacia arriba para que Yo derrame Mis Gracias en cuanto Me elevo a los Cielos.

 

Hermana Lucía de Jesús:

Hoy, Nuestra Señora hizo un trabajo en lo profundo de nuestra consciencia. Vamos a dejar a todos con estas Palabras de María y con las Gracias que Ella depositó en cada uno de nosotros. 

Gracias a todos, y vamos juntos a agradecer a nuestra Madre Divina.

¡Gracias, Madre, por cuánto nos das!