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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Le ha llegado la hora a cada uno de ustedes, el gran momento de cargar Conmigo la cruz de la humanidad. Pero para que eso sea posible, he venido a entregarles nuevamente el mayor tesoro espiritual para toda la humanidad: la Eucaristía.
Y así, vengo a renovar su apostolado en este día, para que ustedes y sus hermanos den continuidad a la historia que Dios está escribiendo con Su propia Mano.
¿Han pensado alguna vez que son parte de Mi Legado crístico? Y hoy, los vuelvo a reunir en torno a Mi mesa para que celebren, al igual que los apóstoles del pasado, la Última Cena, para que vivan, ahora y siempre, la Comunión Espiritual Conmigo a través del divino Sacramento del Altar.
En este tiempo, en el que muchos acontecimientos se precipitan sobre el mundo, la fuerza y el poder que Yo le puedo dar al sacerdocio es algo inextinguible, pero depende de ellos que eso sea posible y forme parte de una realidad suprema.
Así como a los apóstoles del pasado, les enseñé a sacramentar, a curar y a evangelizar; hoy, ante este momento planetario, vengo a reconstruir los puentes de Luz que fueron disueltos entre el Cielo y la Tierra, entre los sacerdotes y Dios.
Así como en el Huerto Getsemaní viví los grandes pecados del mundo y los asumí, uno a uno; también viví, en esa santa noche del Jueves Santo, la victoria que realizaría Mi Legado al mundo a través de todos Mis seguidores para que, en el día de mañana y en los días que vendrán, se decidan a cargar Conmigo la cruz del mundo, la cruz de estos tiempos.
Yo he venido a bendecirlos, he venido a purificarlos y he venido a transformarlos, si ustedes Me lo permiten, en lo que Mi Padre tanto espera, que sean Mis apóstoles maduros, que no solo vivan Mi Palabra, sino que también anuncien Mi llegada, Mi próximo Retorno al mundo.
Por eso, sus Ángeles de la Guarda hoy son testigos de este acontecimiento que se da en lo profundo del espíritu de cada servidor, porque no es solo para los sacerdotes, sino también para el mundo entero, para todos los que tienen fe en Mí y proclaman el Nombre del Señor.
En esa noche, antes de ser entregado, no solo les entregué a Mis apóstoles Mi Cuerpo y Mi Sangre, sino también les anuncié la Palabra de la Verdad. Es esa misma Palabra de Amor que hoy vengo a anunciarles a ustedes para que den continuidad a Mi Obra de Misericordia.
Ahora, antes de que carguen la cruz de la humanidad Conmigo en el día de mañana, sientan por un momento la oportunidad de ser dignos hijos de Dios, pero no solo de creerlo, sino también de sentirlo, de proclamarlo y de anunciarlo a través de obras de amor y de Misericordia que alivien al mundo entero. Así como esta parte de Mi Obra lo hace a través de muchos servidores que entregan su vida para servir a los demás por medio del servicio humanitario.
Sepan, en esta tarde de Misericordia, que el servicio humanitario en todo el mundo es una de las razones que Me hace retornar aquí, porque Mi Padre ve con Sus propios Ojos que no todo está perdido y que aquellos que fueron anunciados por el Ángel del Huerto Getsemaní, hoy están aquí, en este tiempo presente, formando parte de esta historia de amor que intento escribir a través de sus corazones, de sus almas y de la redención de sus vidas. Estos son los bienes espirituales, son los dones y son las virtudes que Mi Corazón misericordioso puede dejar a los Pies del Creador como el único testimonio de la conversión de los corazones a Mi Camino crístico.
Si Yo Soy el Camino para cada uno de ustedes, es porque Soy la única senda. Si Yo Soy la Verdad para cada uno de ustedes, es porque Soy el conocimiento único. Si Yo Soy la Vida para cada uno de ustedes, es porque pueden vivir a través de Mí y Yo vivir a través de ustedes, depositando Mis Aspiraciones en sus corazones, pero también Mis dolores, los dolores que Me ocasiona el mundo entero.
Eso fue lo que vine a compartir con los apóstoles del pasado y hoy es lo que comparto con los apóstoles del presente. Mi única razón es que puedan hacer la experiencia de Mi Camino crístico, un camino de profunda solidaridad, de profunda hermandad y de una inextinguible fe, a pesar de todo lo que hoy sucede en el mundo.
¿Para qué quisiera apóstoles, sino para el fin de los tiempos? En ellos construyo Mi Iglesia Celestial y los impulso, a través de la transformación, a elevar sus consciencias hacia el Divino Propósito, aquel Divino Propósito que está escrito para cada uno de ustedes desde antes del surgimiento de sus esencias.
¿Comprenden lo que eso significa?
Es que no hay otro camino, sino el de vivir la Voluntad de Dios, la que comprenderán finalmente después de esta vida. Esa es la razón del sufrimiento de toda la humanidad, del sufrimiento de las naciones y de los pueblos, la resistencia a vivir la Voluntad de Dios.
Pero los entiendo y los comprendo. Sé que no es fácil para el hombre de superficie no tener el control de lo desconocido; pero si ustedes nacieron para ser libres, ¿cuál es el control que quieren tener, si sus vidas, sus almas y esencias son de Dios?
Deseo, en este día de recogimiento y de institución de la Eucaristía, que Mis compañeros y especialmente aquellos que aún no son Mis compañeros, no pierdan más tiempo, porque ya no lo hay.
Yo vengo a hacer de sus vidas un instrumento en las Manos de Dios, instrumentos vacíos, aunque imperfectos. Yo vengo a mirar lo que Dios colocó en cada uno de ustedes desde el principio y que deben aprender a valorar y apreciar, que es su esencia divina, la Gracia de comunicarse con Dios como ningún otro ser en todo el universo.
¿Saben que la Creación aprecia esa conexión con Dios que ustedes tienen? Hay muchas consciencias en el Cielo que quisieran tener esa misma Gracia que ustedes tienen y que solo la deben conquistar con el esfuerzo y el sacrificio, algo que ustedes no deben hacer, porque esa conexión divina está dentro de cada uno de ustedes, si tan solo creen en ella.
Dios se manifiesta en este plano material en tres principios: a través de Su Voluntad, a través del Conocimiento y a través de Sus hijos. No se olviden de su filiación con el Padre Eterno, porque la necesitarán para lo que llegará en el fin de los tiempos.
Bajo el mismo fin y propósito que los apóstoles del pasado, hoy vengo a preparar a Mis compañeros del presente para lo que llegará.
En aquella noche del Huerto Getsemaní, no solo sabía quién Me negaría y ofendería, sino que también el Padre Me mostró, en aquel momento, a aquellos que serían capaces de superarme en el Amor, más allá de todo lo que Yo hice por ustedes hasta la Cruz y aun hasta en la Resurrección.
¿Qué esperan para superarme en el amor y en el servicio, en la caridad y en la unidad para que sus vidas renueven el universo y así toda la Tierra sea renovada y no tenga que atravesar el Armagedón?
Necesito que sus vidas y que sus espíritus sean los nuevos cálices que Yo pueda tener entre Mis Manos, para que Mis Códigos de Luz sean vertidos sobre ustedes y ustedes, esta vez, sean el sacrificio para la Gloria de Dios.
Por eso, ayer les dije si alguna vez pensaron y se preguntaron si su corazón está pronto para lo que Yo necesito. Esta es la gran llave de esta Sagrada Semana para cada uno de ustedes y de sus hermanos: meditar y preguntarse ¿Señor, mi corazón está pronto?
Pero Yo vengo aquí de forma incansable, porque Me comprometí con ustedes y con el mundo entero, no solo para el momento de Mi Retorno, sino para hacer de sus vidas un instrumento en las Manos de Dios, para hacer en sus vidas nuevas todas las cosas.
Por esa razón, en una de las tres veces que caí en el Calvario, sintiendo la pesada Cruz sobre Mí, Me volví a levantar con las pocas fuerzas que Me restaban. Fue allí cuando, ante la Presencia de Mi Madre, volví a reafirmar que Yo renuevo todas las cosas. Eso es a través de los que Me siguen y de los que Me aceptan.
Antes de que ingresemos en la Comunión Espiritual de la Última Cena, en este día de reflexión y de reafirmación de votos, para todos los mundos internos, de seguir ardientemente este camino crístico, concelebraré con ustedes la consagración a este camino de apostolado de un hijo Mío, la cual los invito a vivir, a apoyar y a compartir en la unidad de las almas para que, al igual que ustedes, los frutos de la redención se den en esta alma que hoy reconsagraré.
Ante Mi Presencia lo haremos.
Así como con Pedro y los demás apóstoles que estaban reunidos en el Santo Cenáculo, Me preparé en esa noche para, en humildad, lavar sus pies, en señal de afirmación del servicio entre hermanos y por hermanos, para siempre.
“Adonai purifica este elemento, que será el medio por el cual renovaré esta vida y todas las vidas del mundo. Que así sea”.
“Padre, bendice esta agua para que no solo purifique y bañe a Tus hijos con Tu Gracia, sino que también, a través de ella, toda la vida humana viva sus grados de consagración. Amén”.
Así como María Magdalena lavó Mis Pies con este aceite, que la vida humana se vuelva una vida divina en la dicha de estar siempre en Dios, por la victoria de Su Reino Celestial. Amén.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Fray Elías del Sagrado Corazón de Jesús:
A partir de hoy Nuestro Señor te llamará fray Shemaya, para que hagas digno Su Nombre en tu vida.
Para que todo termine de ser consumado y ustedes se preparen para los próximos tiempos, para cargar la cruz espiritual Conmigo, la cruz de la humanidad, ahora ingresarán en la celebración eucarística.
Yo les agradezco y les doy Mi Paz, la Paz que renueva a Mis apóstoles.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Padre Nuestro (en arameo).
Hoy vengo con alegría a celebrar la inmolación del Cordero, pero esta vez por medio de Mi Misericordia y no de Mi sufrimiento.
Porque Yo ya padecí por ustedes, sufrí por ustedes, así como fue dicho en la anunciación del Evangelio de hoy.
Pero muchas más cosas sucedieron en aquel tiempo, y hoy, especialmente, a pedido de Mi Padre Celestial vengo para darles a conocer muchos más de los misterios de Amor que Su Maestro y Señor vivió por ustedes y por el mundo.
Que hoy sus corazones se vuelvan a alegrar, que sus espíritus entren en júbilo porque el inicio de su redención está próximo y el fin del cautiverio llegará para muchas almas que, desesperadamente, han buscado la presencia de Su Señor.
Hoy serán ungidos por el Espíritu Santo.
En este ministerio sacerdotal que Yo los invito a vivir para que puedan representarme en la Tierra como Mis apóstoles, no solo dentro de esta Iglesia que Yo construyo con ustedes, sino dentro de toda la Iglesia que está en la Tierra, que a pesar de vivir su tiempo de tribulación como fue profetizado por Su Señor, el amor de Mi Iglesia nunca perecerá porque ese amor es sostenido por la fe de los creyentes y de los devotos, por la vida religiosa y, especialmente, por la vivencia del Sacramento de la Eucaristía.
Esto hace, compañeros, que los cimientos de Mi Iglesia Celestial estén aún firmes sobre la superficie de la Tierra, a pesar de los tiempos de caos y de crisis planetaria, a pesar de la sangre que aún es derramada injustamente en el mundo.
Pero por la devoción y la fe de Mis creyentes y devotos, es que Yo instituyo Mi Iglesia Celestial en las almas para poder hacerlos dignos en el Señor y partícipes de Su Santa Paz. Amén.
Pero antes de revelarles el misterio de Mi Amor, presente en la Última Cena, esta Cena que hoy celebraremos juntos será el momento en el que cada uno de ustedes tendrá la oportunidad, ante el Padre Celestial de que no solo por sus almas, sino también por la humanidad, este planeta reciba la última oportunidad que necesita para poder arrepentirse y hacer penitencia, afirmando en la vida de cada ser la Presencia del Señor, del Todopoderoso.
Comenzaremos con esta Ceremonia.
Que suenen las campanas por la Iglesia Celestial que en esta hora culminante del Planeta, delante del gran sufrimiento de la humanidad, desciende a la Tierra para traer el Principio de la Luz y de la Redención.
Espero por las campanadas.
Es parte de la Ceremonia de Dios construir este momento juntos, hasta en el plano físico, y así, el Espíritu de Dios se aproxima en esta hora de la humanidad.
Daremos comienzo a esta Ceremonia.
Instrumental de Pater Noster.
Nos ponemos de pie.
Señor Dios Todopoderoso, infinito Misterio de Amor y Verdad, que Tus ángeles desciendan a la Tierra en este momento para que las puertas del mal sean cerradas. Que así sea. Amén.
Bendice con esta agua, Señor, a los que necesitan de Tu Perdón y de Tu Gracia, y que esta agua derrame Tu Misericordia en el mundo.
Hoy el Sacerdote Mayor reúne a todos los sacerdotes de la Tierra para que vivan Su Principio Crístico y para que, a través de su ejercicio y de su ministerio, traigan a Cristo a la Tierra por medio de los Sacramentos, de la oración, del canto y de la fe.
Inspiramos.
A pedido de Nuestro Señor Jesucristo vamos a proceder a la consagración de un sacerdote, en este día especial en donde el Sacerdote Mayor se hace presente para renovar nuestras vidas.
Y así como formé a los primeros apóstoles, hoy los formo a ustedes para que vivan los Principios de Mi Iglesia Primitiva, las sagradas raíces de la Iglesia, los sagrados Dones que Yo le entregué a Pedro, una vez, y que hoy les entrego a ustedes para que lleven Mi Amor a toda la Tierra. Amén.
Madres pueden encender las velas.
Que Dios, a través de estas Manos, haga descender el Cielo a la Tierra.
Que exorcices, con este instrumento, los espíritus impuros para que los corazones sean liberados de toda perturbación y alcancen la paz.
Consagra, Padre Eterno, esta alma a Tu eterno servicio, que represente en la Tierra Mis Designios y que lleve adelante Mi Santa Voluntad para que todas las almas que lo encuentren puedan recibir, a través de él, Mi Santa Comunión, Mi Santo Perdón para siempre. Amén.
Como en aquel tiempo, purifico sus manos, cabezas y pies para que, en este ejercicio de entrega a la Vida Mayor, se concrete en la Tierra la Voluntad de Mi Padre. Amén.
Más agua por favor.
En este momento vamos a realizar la representación de la Última Cena, después de que Nuestro Maestro y Señor nos lavó las manos, nos liberó de nuestras impurezas, entramos al Templo de Su Corazón para concelebrar, con Él, este misterio de Amor.
Las Madres pueden aproximarse porque en esta Sagrada Eucaristía no solo Su Maestro y Señor estuvo con los apóstoles, sino también con las santas mujeres, en espíritu y en omnipresencia, celebrando la Comunión espiritual con cada una de ellas.
A pesar de todo lo que viví y sufrí por ustedes Me entregué incondicionalmente para la remisión de los pecados.
Por eso tomé el pan dando gracias a Dios, y Él lo bendijo. Les dije a Mis amigos: “Tomen y coman todos de Él, porque este es Mi Cuerpo que será entregado por ustedes para el perdón de los pecados".
Y así tomé el Cáliz dando gracias a Dios, y Él lo bendijo. Les dije a Mis amigos: “Tomen y beban todos de Él, porque este es el Cáliz de Mi Sangre que será derramada por ustedes para la remisión de los pecados. Hagan esto en Mi Memoria".
Te adoramos Señor y te bendecimos. Amén.
Y en unidad perfecta con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, compañeros, repitan la oración que Yo amorosamente les enseñé:
Oración: Padre Nuestro (en portugués).
El Cuerpo y la Sangre Divina de Cristo. Bienaventurados serán los que se sirvan de este Sacramento porque tendrán vida eterna. Amén.
Escuchamos siete campanadas.
Coman de Mi Cuerpo. Beban de Mi Sangre.
Por favor, unos paños para los Cálices.
Mantenemos la unión con nuestro Señor que aún está presente en esta Eucaristía, en contemplación y adoración.
En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Los presentes se pueden sentar.
Y así los apóstoles, en aquel tiempo, recibieron muchos misterios de Mi Corazón porque desde el primer momento que comulgaron de Mi Cuerpo y de Mi Sangre ellos recibieron la gran ayuda del Espíritu Santo que los prepararía para después de Mi Ascensión, para el gran momento de sus vidas, que era poder representarme y vivirme, por medio de Mi Ministerio Sacerdotal.
De la misma forma, las santas mujeres, con Mi Santa Madre, recibieron la inspiración de entregar sus vidas completamente, para consagrarlas a Dios, vivir en retiro y vigilia para poder contemplar y rememorar la Pasión de su Maestro y Señor.
Y así también todos los que participaron alguna vez del Sacramento de la Comunión, aun después de Mi Resurrección cuando aparecí en varios pueblos de Israel, esas almas llevaron consigo, interiormente, los méritos de Mi Pasión y los triunfos de Mi Corazón aun siendo hombre.
La Eucaristía es el mayor testimonio de la revelación del Amor de Dios para los hombres porque en ella se concentra la propia manifestación de la Santísima Trinidad, cuando el Cuerpo y la Sangre de Cristo son consagrados y transubstanciados en la celebración eucarística ante la Consagración del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la transformación en Luz del pan y del vino, porque todas las almas tienen nuevamente la oportunidad de vivir la Pasión de Cristo, de reconocer Sus padecimientos y Su dolor, Su sacrificio y Su entrega hasta el último momento de Su expiración.
Vivir la Eucaristía es renovar los votos con el Padre Celestial, es asumir una vida Crística de servicio y de amor por los demás, es fortalecerse ante las tempestades y las pruebas, de todo lo que sucederá en el fin de estos tiempos.
Recibir la Comunión, totalmente transubstanciada e iluminada por los méritos de la Pasión de Su Señor es entrar en la Iglesia Celestial de Cristo y pasar a formar parte de su Cuerpo Místico, viviendo todos los días la Comunión con Su Cuerpo Espiritual.
Las santas mujeres no pudieron estar presentes en la última Cena porque el legado que Yo dejaría para los Míos significaría y representaría la transformación y la redención de todos los seres de la Tierra cuando tan solo recordaran, a través de la Eucaristía, la Pasión de su Señor.
Cada vez que celebran la Comunión Conmigo no solo reafirman los méritos de la Pasión de su Señor, sino que sus vidas se transforman, poco a poco, hasta que algún día encuentren la unidad con Dios, completamente. Sean Uno con el Padre así como el Hijo es Uno con Su Padre, y así Yo podré ser Uno con ustedes y ustedes serán Uno en Mí.
En aquel tiempo lo entregué todo sin ninguna condición ni regla. Acepté el sacrificio por ustedes hasta el fin de los tiempos porque sabía, desde el principio, en lo más profundo de Mi Corazón, que a través de los tiempos y de las generaciones, muchos más me representarían.
Por eso deben hacer valer su sacerdocio para que el sacerdocio prevalezca en la superficie de la Tierra, espacio en el cual el Cielo encontrará un lugar por donde descender y actuar, por donde obrar y entregar a todas las almas las Gracias del Padre.
El Cordero fue entregado al peor matadero, pero eso sucedió por Amor y Misericordia para que los hombres de la Tierra, a través de todos los tiempos, alcanzaran el Perdón de Dios.
Hoy el mundo no revive Mi Pasión verdaderamente.
El sacerdocio se ha vuelto un escándalo en la humanidad. Por eso he decidido venir aquí a buscarlos a ustedes los imperfectos, los no formados, los menos instruidos para que, por medio de la intervención de Dios, respondiendo a Su Voluntad y a Su pedido, Su Propio y Divino Hijo los instruya en la Iglesia Celestial, Iglesia Celestial que muchas almas perdieron por sus errores.
Ese fue el verdadero legado que Yo le dejé a Pedro y a los apóstoles. Y por medio de los Sacramentos, especialmente por el Sacramento de la Eucaristía, no solo los sacerdotes, sino también el pueblo de Dios alcanzará la Gracia Espiritual y Divina: ingresar en la Iglesia Celestial. Porque es en la Iglesia Celestial, que levita en los Universos Mayores, en donde alcanzarán y encontrarán la Verdad, más allá de los hombres y de todas las formas.
Es a esa Iglesia que Yo los invito a entrar todos los días. Y en sus corazones, en sus esencias, en su mundo interior está una chispa de Dios que los une y conecta con esa Iglesia Celestial.
Por eso no permitan, compañeros, que las apariencias los confundan, que las pruebas del fin de los tiempos los atormenten.
Reafirmen su fe en Mi Iglesia Celestial y visiten a Su Maestro y Señor, frecuentemente, presente en todos los Sagrarios de la Tierra. Así sus corazones se encenderán y el fuego vivo de Mi Amor estará con ustedes.
Atravesarán tempestades y desiertos, momentos durísimos y difíciles, ustedes con sus familias, con sus conocidos, como también en sus naciones. Pero hay algo que nunca les hará perder la fe: es Mi Corazón que se entrega en sacrificio, nuevamente al mundo, para que sea reconocido, respetado y adorado en el Sacramento del Altar. Sacrificio amorosamente entregado a los hombres y mujeres de la Tierra, para que vivan el Camino de la Redención.
Las puertas de los infiernos temblarán ante la presencia de Mi Iglesia Celestial en la Tierra y más aún, Mi Iglesia alcanzará su poder y esplendor en el corazón de todos los que la invoquen, la respeten y la vivan, así como los Mandamientos.
Nunca dejen de amarse porque será ese amor, por más que sea pequeño, imperfecto e insignificante, lo que los mantendrá en unidad y no perecerán ante los embates de Mi enemigo.
Antes, Yo enviaré al Arcángel Miguel para que cierre las puertas y exorcice el mal, y las almas renazcan en la divina Esperanza de Dios para estos tiempos.
Hoy no digo esto solo por ustedes, sino por toda la humanidad, que está ciega y sorda ante el sacrificio de su Maestro y Redentor.
Pero hoy, ustedes, con su presencia, adhesión y amor ante este gran sacrificio ofrecido por el Cordero de Dios, hacen dignos los Altares del Padre y los ángeles cantan gloria y alabanzas para hacer revivir la paz en los corazones.
Quisiera poder decirles muchas más cosas, pero sé que sus cuerpos tienen un tiempo para poder soportarlo.
La verdadera Cena de Su Maestro y Señor no duró solamente un momento, sino tres horas, en las que Mis apóstoles contemplaron las tres Faces del Misterio de Dios presentes en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Hoy ustedes reciban este Sacramento con esa consciencia y amor de que el propio Dios se vuelve a entregar al mundo para que Su Misericordia los salve y los redima en este tiempo final.
“Elevo al Cielo, Padre, Mis plegarias para que enciendas en Tus criaturas la Verdad. Verdad que les hará encontrar el Camino del Amor y de la paz, de la Esperanza y de la renovación. No dejes que nadie quede sin ese impulso de Luz que hoy trae Mi Corazón Misericordioso. Y que por los méritos infinitos de Mi Pasión, las almas vivan en el Universo de Tu Fe y de Tu Amor para siempre. Amén".
En esta Cena de renovación, Yo los consagro y los renuevo, y les entrego Mi Paz. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
En solemnidad y en absoluto silencio se darán el saludo de la paz para que este impulso de Luz, que hoy les traigo, se irradie al mundo.
Que puedan darse el saludo y la paz de la misma forma que Yo les entregué la paz a Mis apóstoles, en silencio y en contemplación.
Les agradezco.
Asociación María
Fundada en diciembre de 2012, a pedido de la Virgen María, Asociación María, Madre de la Divina Concepción es una asociación religiosa, sin vínculos con ninguna religión institucionalizada, de carácter filosófico-espiritual, ecuménico, humanitario, benéfico, cultural, que ampara a todas las actividades indicadas a través de la instrucción transmitida por Cristo Jesús, la Virgen María y San José. Leer más