Martes, 19 de enero de 2016

APARICIÓN DE SAN JOSÉ, EN EL CENTRO MARIANO DE AURORA, PAYSANDÚ, URUGUAY, A LA VIDENTE HERMANA LUCÍA DE JESÚS

Que la paz sea una realidad en el corazón de cada criatura de esta Tierra. Esta es la aspiración más profunda del Corazón de Dios porque, si viven en paz, podrán despertar a la Verdad que trasciende la materia, trasciende lo que los ojos pueden ver y lo que las manos pueden tocar. Abrirán, así, los ojos del corazón para con ellos contemplar la Verdad, para con ellos poder ver la esencia de cada criatura y comprender el gran pesar del Creador por no poder manifestar Su Perfección en cada una de ellas.

Hoy vengo a animarlos para que tengan un pensamiento grande, una aspiración grande, una aspiración de fundirse con Aquel que es Perfecto y para que ya no sean solo “Juan”, “María” o “Francisco”, sino ser Principios de Dios en este mundo, para ser un ejemplo para todo el cosmos, como para con el universo, de que es posible vivir el Amor; un amor que vence incluso al amor propio; un amor que entrega la propia vida por los demás, por los Planes de Dios; un amor que vence el rencor y que llega a los enemigos; un amor para el que los enemigos no existen, pues lo que existe es la incomprensión del corazón humano, la ignorancia, el miedo. Todo eso puede ser vencido por la acción del amor.

Vengo a preparar sus corazones para que puedan, poco a poco, ir disolviendo las diferencias que existen entre los seres humanos. Que puedan descubrir lo que los une, que son sus esencias, las que partieron de un Único Creador, un Único Dios, una Consciencia Omnipresente que al mismo tiempo es Única y se multiplica en cada una de Sus criaturas. Él es la diversidad y la unidad.

Así debe ser el corazón humano: cada uno debe expresarse tal como es; debe tener la libertad de seguir la religión que elija, de seguir el camino por el que su corazón lo lleva, porque esos caminos son construidos no solo en esta vida. La relación de cada consciencia con determinada religión proviene del origen de esa religión, de aquel Principio puro, cuando Dios inspiró la creación de cada una de ellas con la intención de que tuvieran, por ser diversas Sus criaturas, varias posibilidades de vivir el amor y de encontrar un camino que las llevase a Su Corazón.

Les hablo sobre las religiones, pero también sobre las formas de vida. Ustedes deben aprender a dar ejemplo de una vida sana en este mundo ya tan enfermo. No deben tener miedo de ser diferentes, de caminar contra la corriente; porque la mayoría de los hombres en este tiempo vive una ilusión profunda, casi absoluta.

La esperanza de Dios es que los que escuchan Su Llamado puedan mantenerse firmes en el propósito de su unión con Cristo, la unión con el Amor que Él representa, con la Unidad que María representa y con la Perfección de Dios.

Si Cristo representa el Amor y Nuestra Señora, la Unidad, ¿qué representará Mi Casto Corazón?

Yo traigo para el mundo el principio de la Humildad, sin el cual jamás podrían alcanzar el Amor y la Unidad; porque el orgullo los divide, fortalece el sentimiento de individualismo y la aspiración a sobresalir, a ser siempre mejores que los demás en todo.

¡Cuánta incomprensión, cuánta ignorancia todavía hay en el corazón humano, que no comprendió que la Perfección de Dios habita en todas las criaturas! Es el mismo Dios quien vive en todas las esencias. Es el mismo Dios quien aspira a expresar Su Perfección en todos los seres.

Cada ser, cada criatura de este mundo debe ser perfecta de acuerdo a lo que vino a manifestar en la Tierra. No existe quien sea mejor o peor: la perfección habita en todos. Ustedes debe­rán solo develar ese gran misterio; este que es el mayor misterio de la Creación de este cosmos: cómo un Dios tan infinito se arriesga a vivir en criaturas tan pequeñas, tan imperfectas y que, muchas veces, no le dan atención ni siquiera saben que Él vive dentro de ellas.

Dios es el mayor Principio de Humildad. Nosotros solo imitamos Sus Pasos.

Si Él, que es tan inmenso, se permitió estar en Sus criaturas; si Él, que vive en el Infinito, descendió a la densidad de la materia y se permitió estar en el corazón humano hasta manifestar la Perfección en Sus criaturas, ¿quiénes somos Nosotros para no retornar al mundo, día tras día? ¿Cómo Nos cansaremos de estar entre los hombres? ¿Cómo perderemos la esperanza en esta creación divina, si Dios jamás se retiró de sus corazones?

El mal en los corazones humanos, es fruto de la ignorancia de los ojos que no se abrieron para percibir que la Unidad y el Amor de Dios están en ellos. Porque ignoran esa Presencia, no la conocen y no la viven; eso no significa que Dios no esté allí. Él solo espera, en Su Humildad infinita, que los ojos del corazón humano se dirijan hacia su interior y lo perciban, y lo encuentren allí, silencioso, paciente, humilde, con la esperanza de un día poder expresarse en aquel pequeño corazón.

A medida que las guerras aumentan y las esencias se pierden, es una parte de la Consciencia de Dios que se pierde en el mundo, pero Él jamás desiste y continúa multiplicándose; sigue multi­ plicando Su Fe, Su Esperanza, en aquellos que nacen día a día en este mundo.

Es por eso que los niños son la gran esperanza de Dios. Él los ama, porque deposita en cada uno de ellos la fe de poder, al fin, manifestarse en este mundo como Él lo pensó en el principio.

No quiero disminuir la grandeza de Dios dándoles ejemplos de que Él siente y piensa como un corazón humano. El Señor se permite vivir esas cosas para aproximarse a Sus criaturas.

Él nunca desiste de manifestar Su Plan porque sabe cómo será el fin.

Hoy vengo para fortalecer su fe y también para impulsarlos a no bajar los brazos porque, aunque el Señor ya conquistó sus corazones, Él necesita conquistar muchos otros corazones de este mundo; necesita que muchos lo encuentren dentro de sí mismos.

Por eso les pediré un esfuerzo más, si es que Me dirán sí.

Yo tengo una casa de misioneros en Brasil; una casa en donde Mi Corazón crece en amor, en hermandad; una casa en donde puedo expresar la caridad fraterna, en donde puedo enseñar a los corazones a servir. Pero solo una casa no es suficiente.

¿Ustedes responderán a Mi llamado cuando Yo les pida que, en este país, consagren una casa a Mi Corazón? ¿Entregarán sus vidas cuando Yo les pida que sean misioneros y que se dediquen a servir al prójimo, sin cansancio, sin tiempo ni hora?

Pues esta es Mi Voluntad: que los grupos de Uruguay y del mundo entero se unan para consagrar una casa a Mi Castísimo Corazón.

Sagrada Casa de la Caridad Crística: así se llamará, porque eso es lo que Yo espero que aprendan en este tiempo y, así, aprenderán a encontrar la necesidad no solo en Medio Oriente, sino también al lado de ustedes.

Necesito que los misioneros se multipliquen, porque deben realizarse muchas misiones.

¿Comprenden que Nuestros Ojos observan el mundo y encuentran la necesidad en cada lugar, desde los más olvidados hasta los que están a la vista de todos, pero que padecen el abandono?

Es por eso que los llamaré a hacer una experiencia, pero les pediré que consagren sus vidas al servicio, tan pronto como sus almas despierten a la entrega, a la caridad y al amor. Y así, a través del amor, difundirán Nuestro Llamado, Nuestra Presencia. De esa forma, aquellos de Nuestros hijos que aún están dormi­dos podrán despertar, ya que no podemos esperarlos más, pues la misión los aguarda. Ellos deben ocupar sus lugares en este ejército de paz, a fin de encontrar un sentido a sus vidas, antes de que el deseo de desistir de todo se apodere de sus corazones. Porque existen muchos que, por no encontrar un sentido para su vida en la Tierra, desean la muerte y quieren abandonar su misión sin haber vivido el amor, la caridad, la humildad ni la unidad con Dios.

El propósito de la caridad es mucho más amplio de lo que imaginan. Ustedes no solo estarán vistiendo a los que tienen frío, alimentando a los que tienen hambre o amparando a los que están abandonados. Estarán rescatando almas, despertando soldados, fortaleciendo espíritus, dando oportunidades para que muchos puedan conocer la Cristificación y para que el Plan de Dios se cumpla no solo en unos pocos, sino también en muchos; porque Él necesitará una raza de Cristos, y esa raza está escondida en la imperfección aparente de las criaturas de esta Tierra.

No se olviden de orar y de acompañar a Mis misioneros, los misioneros de María, de Cristo, de Dios; aquellos hermanos suyos que están como punta de lanza, abriendo Medio Oriente para una gran liberación. Contaremos con las voces, las almas, los espíritus, con el fuego de la devoción, con la fe de cada uno de ustedes, para que el amor pueda reinar en los corazones de los seres humanos.

Y ahora, por el poder que Dios Me concedió, consagraré los elementos de los cuales ustedes comulgarán. Elementos que se transformarán en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, para impulsarlos a la pureza, a la transformación y al despertar.

Ofrezcan esta Comunión por todos los misioneros del mundo, por aquellos que arriesgan sus vidas para ayudar al prójimo y que confían en los actos simples, porque saben que la grandeza de Dios no se manifiesta en las grandes obras; se manifiesta en los grandes corazones, en lo profundo de los seres, en la sinceridad de cada uno.

No importa si son actos simples o si son pocos, en medio de una multitud necesitada; si grande fuera la aspiración de amar y verdadera la intención de sus corazones, infinita será la Gracia de Dios derramada sobre cada criatura.

 

Hermana Lucía de Jesús: En ese momento San José pide que elevemos los elementos de la Comunión para consagrarlos.

 

Que este Cuerpo y esta Sangre de Cristo, por la imposición de Mis santas manos, sean una realidad viva en el interior de todos los seres de este mundo. Que todos comulguen espiritualmente de los Principios de Cristo. Que esta Eucaristía se convierta en Amor e ingrese en la esencia de todos los que están perdiendo la esperanza.

Que ustedes también siembren el amor en la humanidad, ofreciendo la Comunión como un principio de amor para el corazón humano. Al comulgar, imaginen que estos Códigos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo penetran en todos los seres, transformando y despertando a todas las criaturas de esta Tierra.

Yo los amo y con alegría les pido que canten para Mí la canción que cantaron en el inicio; porque, trabajando en el campo de refugiados, Yo los escuché e hice oír sus voces a los corazones que ya habían perdido la voluntad de cantar, que ya no querían pronunciar ninguna alabanza al Creador, que estaban perdiendo la fe en Su existencia. Ellos las escucharon sin saber lo que era ni de donde provenía, solo sintieron la esperanza de que era posible revertir esa situación y establecer la paz. Era Mi Casto Corazón el que cantaba junto a ustedes:

 

“Al ahuat iatuun, al aiadi mutahidine,
talibi mina Al Raab al rahmat.
Al ahuat iatuun, al aiadi,
izra al houb fi al sanier”.(1)

 

Que la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo esté sobre ustedes, sobre toda la humanidad y sobre los Reinos de la Naturaleza, que los amparan y los sustentan incansablemente.

Yo los amo y les agradezco por despertar, un poco, el amor en sus corazones.

Los escucho, porque muchos más aún deben escuchar sus voces, sembrando esperanza y amor, anunciando la hermandad y la fraternidad. Que esta canción se vuelva una realidad en los corazones de todos los que se consideran servidores del Plan. Vivan estas palabras todos los días. Esa es la Voluntad de Dios.

Les agradezco,

San José Castísimo

 

 

1. Transliteración de la traducción al árabe del refrán de la música Sembrando el Amor en la Humanidad: “¡Hermanos dénse las manos, uniéndose, clamando al Padre por Misericordia. Hermanos dénse las manos, uniéndose, sembrando el amor en la humanidad”.