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(Relato transmitido por la vidente en 2013)
Cuando escribimos el libro que cuenta mi contacto con Cristo, relatamos, a pedido de Él, cómo fue nuestro encuentro con Su Consciencia y la determinación de seguir Su Camino.
Y cuando escribíamos esos párrafos por primera vez, nos dimos cuenta cómo la Divinidad tiene un plan para cada ser sobre esta Tierra y cómo nosotros, los seres humanos, nos mantenemos ignorantes de ese maravilloso plan.
Desde pequeña recibí formación cristiana dentro de colegios católicos, que marcaron para siempre mi consciencia, no solo como cristiana, sino como ser humano. Fui alumna, durante la primaria y la secundaria, de un colegio de Hermanas Franciscanas Misioneras de María, las que me acompañaron gran parte de mi vida.
Durante los años de la escuela, tenía siempre muchas percepciones, las que guardaba secretamente en mi corazón. Cada día jueves, a la hora del recreo, dentro de la capilla del colegio se realizaba el cambio de la Eucaristía en el Santísimo. Para mi era una ceremonia sin igual. Corría para estar a las tres de la tarde en punto, para no perderme ni un solo minuto de esa ceremonia. Recuerdo que el sacerdote que la realizaba, también utilizaba el incensario y ese aroma tan particular hacía que mi consciencia percibiera desde mi interior otras realidades, donde veía a Cristo, alguien que me hablaba y me decía que cuando fuera mayor, Él y yo trabajaríamos juntos para Nuestro Padre Dios.
Yo no entendía a qué se refería en realidad, pero era tanto lo que amaba a ese ser, que nada más importaba. Luego de la ceremonia me quedaba extasiada contemplando la custodia, aquel sol dorado y brillante que yo intentaba luego colocar, con mi intención dentro de mi pecho, para que se quedara allí. Me sentía muy protegida y unida a Cristo, pero no comprendía cómo eso era posible. Una inmensa paz y gratitud se establecía dentro de mí.
A cada lado del altar había una imagen de tamaño natural: mirando hacia Él, a la derecha estaba María, la Madre de Jesús y a la izquierda, José, Su Padre. Antes de salir de la capilla, agradecía a los dos por ser Sus padres. En realidad no sabía bien lo que hacía, solo manifestaba lo que sentía. Tenía 8 años.
Hasta que fui adulta, la Virgen María, fue para mí, la consciencia que tuvo la Gracia de Dios de ser la Madre del Redentor en esta Tierra. Fue en el mes de junio del año 1996, cuando realicé un viaje a Bolivia, más exactamente al Lago Titicaca en donde todo se revelaría para mí.
En ese tiempo mi búsqueda espiritual estaba en su impulso mayor; había dejado la vida común para vivir intensamente esa búsqueda, que no entendía bien porqué, pero ocupaba toda mi consciencia. Intentaba comprender porqué, una persona, hasta ese momento con una vida común “exitosa” tenía esa imperiosa necesidad de vivir solo para Dios y Su Plan sobre la Tierra.
Mientras viajaba hacia el Lago Titicaca, viaje que realicé por tierra desde Uruguay, veía la imagen de Cristo todo el tiempo; de ojos abiertos, con los ojos cerrados, mientras oraba o miraba el paisaje por la ventana del bus. Su Presencia era permanente. Si bien había sido mi compañero desde niña, en ese momento sentía en mi corazón que algo estaba por suceder. A la mañana siguiente de haber llegado al Lago Titicaca, subí a una de las montañas que lo están guardando y me dispuse a meditar.
Sin saber porque, oré unas avemarías, cosa que nunca hacía y para mi sorpresa, comencé a sentir que mi corazón latía fuertemente. Estaba con los ojos cerrados y delante de mí se fue manifestando una luz muy blanca. Abrí los ojos y vi que en la montaña que estaba delante aparecía un sendero que la rodeaba y por allí comenzaba a acercarse un ser femenino.
Ese ser venía todo vestido de blanco. No era muy alto y llevaba un velo en la cabeza. Parecía muy joven, como de dieciséis o diecisiete años. Detrás de ese ser se presentó un gigantesco ángel que me dejó muy impresionada, porque era diez veces más grande que el ser femenino. Él traía una gran espada un su mano derecha, que resplandecía con energía blanca. Sus alas eran enormes y las movía y ese movimiento generaba mucha luz que se expandía por toda la montaña y llegaba hasta el lago.
Instantáneamente llegó a mi consciencia Su voz, que resonó como un trueno dentro de mí: “Soy el Arcángel Miguel”
Luego escuché con mucha claridad, la voz suave y firme del ser femenino que me dijo: “Hija: soy tu Madre, la Bienaventurada Virgen María. Hoy comienza para ti una nueva etapa. Trabajarás Conmigo en el plan de rescate de las almas de este mundo”.
Sentí un amor desconocido, algo que me arrebató la consciencia. Algo nuevo.
En ese momento se desprendió una réplica de la espada que el Arcángel Miguel tenía en la mano y mientras se desplazaba hacia mí, se hacía cada vez más pequeña. Cuando llegó bien cerca, no medía más de diez centímetros, con un movimiento suave se incrustó en mi pecho. Sentí un fuerte dolor y mucho calor, como si algo se hubiera fundido dentro de mi corazón.
Cuando volví a mirar hacia la montaña, ya no estaban. Un enorme signo de interrogación apareció en mi mente. ¿Qué era aquello? ¿Por qué la Virgen María había tomado contacto conmigo? ¿Qué significaba todo eso que me había dicho?
Sentía una alegría indescriptible, como si mi alma saltara dentro de mi ser y a la vez, otra parte de mí, observaba perpleja la situación sin entender nada y con miles de preguntas a la vez.
Traté de tranquilizarme, de respirar. Anoté en el cuaderno, que siempre llevaba, hasta el último detalle y me dije: esto lo guardarás y no se lo dirás a nadie. Y allí recordé lo que me repetía cuando era niña, cada vez que tenía una experiencia espiritual que no comprendía: esto lo guardarás y no se lo dirás a nadie.
Pero enseguida me di cuenta que ya no era una niña, y que estábamos en otros tiempos y si la Virgen María me había contactado, algo más iba a suceder. Cómo había hecho siempre, guardé la experiencia en mi interior, sin ninguna expectativa, porque había aprendido que lo que es verdaderamente de Dios, se debe materializar en el plano físico de alguna manera. Que solo debemos esperar y tener fe.
Bajé de la montaña; eran como las 10.30 de la mañana. A la tarde decidí volver. Como a la hora 16, estaba nuevamente meditando, esta vez vuelta hacia el lago, ya que el sol estaba queriendo descender sobre él. Parecía que el tiempo se había detenido y que nada más existía que ese momento y ese lugar. Mi consciencia estaba con mucha paz.
Comencé a orar, entregando a Dios cada oración con inmensa gratitud; solo quería orar y agradecer. No sabía bien porqué, pues sentía que no solo era por la experiencia de la mañana, sino por algo más que no comprendía. Tenía la sensación de que aquello no había terminado aún.
Poco tiempo después, mientras seguía orando, de una forma imprevista sentí muchas ganas de llorar, pero no llorar de tristeza, sino que una emoción profunda invadió todo mi ser. Con mi cara frente al sol y los ojos cerrados, comencé a ver un gran resplandor. Creí que la luz del sol era tan fuerte que producía ese resplandor y abrí los ojos. Pero el sol ya estaba menos intenso por la hora y vi cómo desde él, una figura venía caminando hacia donde yo estaba. Parecía una figura masculina, con una túnica clara hasta los pies.
A medida que se acercaba, claramente me di cuenta que era una figura igual a la que conocemos como el Cristo Misericordioso. Al reconocerlo la emoción dio paso a una paz que nunca había sentido hasta ese momento. Él traía su brazo derecho extendido y entre su dedo índice y pulgar sostenía algo que brillaba intensamente. En ese momento sentí que debía mantener mis ojos bien abiertos y permanecer en la paz que sentía. Él fue acercándose cada vez más en total silencio, con el brazo extendido y el objeto brillante entre los dedos, que cuando se acercó lo suficiente vi con total claridad que se trataba de un cristal de unos diez centímetros.
No tenía idea de lo que iba a pasar, pero valientemente me mantuve con la mirada fija y toda mi consciencia atenta. Mi mente se había silenciado. Solo sentía dentro de mí que estaba frente a mi Señor y que nada debía perturbar ese momento. Él se acercó con mucha determinación y atravesó mi cara con Su mano y colocó el cristal en el centro de mi cabeza. Un gran resplandor se produjo en toda mi consciencia y mi cabeza realizó un movimiento hacia atrás que me hizo cerrar los ojos.
Cuando los abrí Él ya no estaba más. Mi corazón latía fuertemente. Comencé a respirar profundamente para entrar en quietud. Cuando todo se calmó, un signo de interrogación más grande que el de la mañana llegó como una ráfaga a mi mente.
¿Qué era todo eso? ¿Qué tenía que ver yo, una persona común con Jesús y María? Algo estalló en mi consciencia, la que realizaba muchas preguntas: ¿Porqué, porqué, porqué...?
Traté de serenarme y bajé de la montaña justo cuando comenzaba a anochecer. Me propuse alimentarme bien, ya que sentía la necesidad de volver al mundo de la materia, para equilibrarme y después poder pensar con tranquilidad.
Antes de dormir, medité sobre el asunto y solo sentí una profunda paz en mi ser y la certeza absoluta de que Dios me iba a mostrar, cuando Él quisiera, de qué se trataba esta historia. Todo lo que había pasado lo debía guardar en mi corazón como lo había hecho anteriormente y que ya sabría con claridad para qué habían sucedido todas estas cosas.
Exactamente dos meses después, tuve una experiencia más intensa aún con Cristo, que me transmitió que venía a recordarme el compromiso que tenía con Él.
A partir de ese momento, innumerables experiencias han sucedido; entre ellas, los momentos en que la Madre, María, comenzó a aproximarse con más contundencia y a transmitir que la tarea con Ella daría inicio definitivamente.
Cuando fray Elías llegó a mi vida, y solicitó mi asistencia para comprender porqué y para qué veía a la Virgen María, fui comprendiendo un poco más de lo que había estado pasando conmigo durante todos esos años.
En ese tiempo Ella transmitió que mi ojo, aquel que la veía, necesitaba entrar en reposo. Que a partir de ahora, a Ella y a las demás Jerarquías, las escucharía y las vería y las sentiría con el corazón. Preguntó si yo estaba dispuesta a realizar el entrenamiento de “otros ojos” y que mientras hiciera ese servicio, el mío entraría en otra fase más interna y profunda de aprendizaje. Que en vez de ver con los ojos, tendría la capacidad de discernir lo que era verdad de lo que no era. Dije que sí sin pensar; solo sentía la necesidad de obedecer, sin comprender.
También me dijo que, al final de los tiempos, mi herramienta volvería a la actividad anterior, después de vivir algunos años de experiencia solo con la visión interior. Luego de ese entrenamiento, las dos experiencias se unirían en una sola. No entendía mucho de qué se trataba, pero no me importaba tampoco. Solo confiaba totalmente en Ella.
Al día de hoy, la puedo escuchar con total claridad, y la veo y la siento dentro de mi corazón, sin duda alguna de que es verdad.
Asociación María
Fundada en diciembre de 2012, a pedido de la Virgen María, Asociación María, Madre de la Divina Concepción es una asociación religiosa, sin vínculos con ninguna religión institucionalizada, de carácter filosófico-espiritual, ecuménico, humanitario, benéfico, cultural, que ampara a todas las actividades indicadas a través de la instrucción transmitida por Cristo Jesús, la Virgen María y San José. Leer más